sábado, 6 de noviembre de 2010

Licencia de desahogo

-Señor Maitre, ¿Puedo levantarme y abofetear sonoramente al cliente que en este preciso instante está tomando asiento en esa mesa de diez comensales junto a la salida de emergencia?





-Por supuesto, señorita, en nuestro restaurante existe licencia de desahogo siempre que existan razones que justifiquen el mismo

-Muchas gracias

-De nada. Es todo un placer. Recuerde que, antes de que se haga efectiva, debe enumerar en voz alta las razones de esta agresión simbólica y nada violenta de la que puede hacer uso en todos nuestros establecimientos.

-De acuerdo. Desearía alegar inmadurez exacerbada, comportamiento irracional con la consiguiente negación de saludo, chantaje psicológico constante e intromisión en pesadillas ajenas, entre otros motivos.

-Tomo nota, señorita. Se trata de razones más que suficientes. Puede proceder a utilizar su derecho de desahogo.


Me levanté súbitamente. El maitre se ofreció a colocarme los suaves guantes que los restaurantes habilitados para este tipo de terapias ofrecían gratuitamente a sus clientes. Estaban fabricados de un material especial que favorecía la placentera sensación de sosiego inmediato a aquel que golpeaba.

El abofeteado, por su parte, no sufría daño físico alguno. Los guantes de la licencia de desahogo tan sólo provocan en él el despertar de cierta conciencia, raciocinio, sensibilidad o empatía, que le hacían comprender la causa por la que era el protagonista del abofeteo. Una nueva terapia psicológica que hubiese sido calificada de políticamente incorrecta años atrás pero que se encontraba absolutamente en boga. Hasta tal punto que era aceptada con asombrosa normalidad por abofeteadores y abofeteados. Ver para creer.

No me lo pensé dos veces. Me aproximé a la mesa de diez comensales junto a la salida de emergencia y me froté las manos. Le propiné al cliente en cuestión dos manotazos sonoros e indescriptiblemente liberadores. Mi revés fue indoloro y contundente. Tal y como deseaba.

No busqué sus ojos para encontrar reacción alguna. No deseaba conocerla. Para comunicarse conmigo, al cliente de la mesa de diez comensales tan sólo le quedaba la posibilidad de hacer uso de su propia licencia de desahogo. El racional ejercicio de la palabra se agotó entre nosotros hace ya demasiados años. Una lástima.