lunes, 23 de agosto de 2010

María quiere un pelo medieval

Mi amiga María lava sus extensiones y las deja secar en el tendedero de su balcón. Esos postizos de pelo humano de dudosa procedencia e idéntico color que los cabellos de Mariquilla hacen compañía a su coqueta ropa interior de mil colores. Resulta un contraste curioso. Muy curioso.

Las extensiones de María se van secando paulatinamente. El viento las ha vuelto onduladas y algo encrespadas. María recoge la colada del tendedero. Y por supuesto hace lo propio con sus largos pelos postizos. Ambas nos miramos. La apariencia de sus postizos capilares no resulta nada agradable.

“Parecen ratas muertas”, pienso con una tímida sonrisa que intento disimular con una mirada complaciente. Prefiero reservarme mi opinión. No es bueno herir la sensibilidad de tu mejor amiga en vuestro ansiado reencuentro tras casi un mes de ausencia a causa de vuestros compromisos profesionales.

“Parecen ratas muertas”, confirma María en voz alta. Me ha vuelto a leer el pensamiento. Nos ocurre muy a menudo. Supongo que ser amigas del alma desde nuestra más tierna infancia tiene mucho que ver en ello. Y me encanta.



Así que comenzamos a reírnos animadamente mientras María, frente al espejo del baño, comienza a pasar sus planchas de cerámica sobre sus ratas capilares postizas. Meri quiere sus extensiones perfectamente lisas. Aunque a mí me gusta el efecto ondulado que le ha dejado su secado al aire libre junto a la ropa interior.

-“Si las dejas así será como si tuvieras una cabellera medieval, a lo Lady Halcón, esa peli que te gustaba tanto de pequeña”, le comento.

María asiente con la cabeza y las sigue planchando con afán, sin prestarme demasiada atención. “¿Sabes quién tiene realmente un pelo medieval?” me comenta. Y de repente nos vemos enfrascadas en una interesantísima conversación sobre melenas a las que envidiamos, nuevos noviazgos entre nuestros allegados y próximos enlaces matrimoniales. Una sana sesión del más puro cotilleo.

Los devaneos de la conversación nos han hecho olvidar a las ratas medievales. Ya están totalmente lisas. María se las coloca sobre su cabello con arte y brío. ¡Siempre se le han dado tan bien estas cosas!

He de reconocer que la envidio en cierta forma por ello aunque también he sido beneficiaria de su virtuosismo con el peine, plancha, laca y todos sus derivados. No debo quejarme. En realidad prefiero ser peinada antes que peinar. La voz de mi hermana suplicándome antes de ir al colegio que le recogiese el pelo en una coleta lo suficientemente bien sujeta y medianamente elaborada como para que su cabeza no pareciese una colección de mechones abollados sin más aún resuena en mis oídos. Pobre hermana mía. Definitivamente, prefiero ser peinada antes que peinar.

María sigue ensimismada con sus extensiones. No parece muy convencida. Se mira y se remira frente al espejo. Se hace y deshace el peinado varias veces. El liso perfecto no parece adecuarse demasiado a sus expectativas.

“¡Si estás genial!”, le comento desde mi más absoluta sorpresa. Lleva dos horas planchando a las esas ratas peludas. Se las ha fijado perfectamente sobre su pelo como una auténtica peluquera profesional. ¡No puede ser que ahora no le gusten!

Pero María no me escucha. Sin apartar la mirada del espejo establece una conversación privada entre él y ella. “Creo que para la próxima vez prefiero tener un pelo medieval”.

jueves, 19 de agosto de 2010

Cádiz



Crecí periodísticamente recorriendo tus callejuelas, bolígrafo y libreta en mano, mientras cazaba personajes para mis entrevistas y reportajes. Seis meses de amistad, de conversaciones tú a tú, de reencuentros sinceros y de fervor entregado a una ciudad que me cautivó cuando tan sólo era una adolescente que descubría el Carnaval de la mano de su padre.


Anhelaba volver a verte. Descubrirte de nuevo. Sentir otra vez todo aquello que siempre me trasmites. Hoy has vuelto a conseguirlo cuando más lo necesitaba. No buscaré florituras del lenguaje para expresarlo. Simplemente gracias.

sábado, 14 de agosto de 2010

El elefante encadenado (Jorge Bucay)

Ya sé que me prometí a mí misma que este blog sería una excusa literaria perfecta para retomar mi hábito escritor. Pero en momentos como éste en el que las dichosas musas no acuden a mi rescate (y el levante hace estragos en mi sensible cabecita), he decidido tomarme ciertas concesiones respecto a mi promesa literaria.

Por ello, esta entrada recoge mi cuento favorito de Jorge Bucay, 'El elefante encadenado' (Lo siento, Ángela, sé que esto supone una gran decepción para ti pero 'La mirilla inquieta' no será un blog de relatos absolutamente originales).Quizás se me trate de ñoña o adicta al psicoanálisis (o más bien al autoánalisis) pero me encanta este tierno relato del famoso psicologo argentino. Adiós a las estacas que limitan la libertad individual.



EL ELEFANTE ENCADENADO- Jorge Bucay- ('Cuentos para pensar')

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces?. ¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?”

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él.

Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.

Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.

Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…

Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad… condicionados por el recuerdo de «no puedo»… Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón…




viernes, 6 de agosto de 2010

Volver


Hoy he vuelto a cruzar el puente. Hacía años que no lo subía. Tantos que ni siquiera recuerdo la última vez que mis pies de deslizaron rápidamente sobre ese antiestético e inconcluso bloque de hormigón en busca del camino de baldosas amarillas- perdón blancas, me he dejado llevar por una evocación literaria a lo Mago de Oz -que me conducen de camino a casa.
Mi querido puente. Siempre te he cruzado rauda y veloz por miedo a que un traspiés del destino me hiciera precipitarme sin remedio desde lo más alto de tu pasarela hacia la carretera Sevilla- Málaga. Y de repente, plaf. El cadáver de una joven colegiala de uniforme aplastado entre una marea de coches que seguirían circulando sin pudor por la autovía de cuatro carriles. Una gran pérdida. No me apetecía morir tan joven. Y menos aún por un absurdo ataque de vértigo- aunque realmente no sabía si una persona podía desvanecerse y caer al vacío a causa de su miedo a las alturas, pero no quería comprobarlo- Así que siempre te cruzaba rápido. Muy rápido.
Además, gracias a tu maravillosa ubicación junto a un inhóspito descampado también se abría ante mí la terrible opción de ser raptada o empujada a entrar a la fuerza en un automóvil extraño que me llevaría a un destino de seguro nada agradable. Mi abuela se encargaba de recordármelo casi a diario:
- Me han dicho que te han vuelto a ver cruzar el puente sola

- Abuela, no pasa nada. Son las tres y media de la tarde. Y siempre suele cruzar más gente conmigo.

- Pero hoy no han cruzado

- No…

- ¿Y si te hubiera cogido un hombre?

- ¡Ay abuela! ¡No digas esas cosas! ¡Cómo se va a parar un hombre en medio de la autovía para raptarme a plena luz de día! (¡Qué cosas dices abuela! ¡Marearme y caerme, en lugar de al suelo de la pasarela, directamente al vacío desde el puente a causa de mi vértigo irreversible es mucho más probable que sufrir un rapto!)


Aún así yo guardaba un as bajo la manga. Junto al puente que me llevaba a casa había un acuartelamiento militar. Y sus soldados eran mis aliados. O al menos eso me gustaba creer. Esos mismos jovencitos con ropa de camuflaje que contemplaban discretamente el caminar de mi falda gris de tablas una vez bajado el dichoso puente, mientras hacían guardia, fusil en mano, tras la verja del cuartel. Ellos podrían salvarme de un hipotético violador en potencia. Tan sólo tenían que saltar una puntiaguda alambrada de algunos metros de altura. O, en su defecto, bordear todo el recinto militar para salir por la puerta principal y acudir a mi rescate. Todo ello en los breves instantes de segundo que dura un rapto o, al menos un forcejeo. Una hazaña y una misión casi imposible. Pero eran soldados. Y debían estar adiestrados para ello. Al menos eso era lo que me imaginaba.
Hoy he vuelto a cruzar el puente. Hacía años que no lo subía. Mi vértigo ha vuelto a hacer acto de presencia- ¡el muy traidor!-aunque esta vez me he agarrado fuertemente a mi troley para continuar el camino. Una vez en la cima de mi particular Everest, he arrojado un vistazo fugaz al constante flujo de coches que circulaban a toda velocidad por la autovía de cuatro carriles. Y les he saludado alegremente. Aunque tan sólo con una mano. La otra estaba bien agarrada a mi troley. Por si las moscas.
He bajado la última de las rampas de mi añorado a la par que odiado puente y he comprobado con estupor que el acuartelamiento ha sido cerrado. Ni un solo soldadito se fijaría hoy en mi acompasado caminar. Ahora uso tacones altos y mi falda ya no es gris ni de tablas. Es mucho más elegante y sugerente. Pero mi Brigada Especial de Salvamento frente a violadores y raptores ya no está operativa cómo para comprobarlo. He perdido el as que guardaba bajo mi manga.
Sigo arrastrando mi troley por el empedrado camino. Las margaritas y los matojos, algo descuidados y caóticos, me saludan. Creo que se alegran de verme. A lo lejos diviso los rojizos techos de ladrillos vistos de una antigua urbanización residencial. He encontrado el camino de baldosas amarillas, digo blancas, que me conduce de regreso a casa.

jueves, 5 de agosto de 2010

Papel (o entrada) en blanco, paciente amigo

Tras varios intentos frustrados, arranca mi carrera como blogger. Hoy me enfrento a esta entrada en blanco que se encuentra, ojo avizor, amenazante y perturbadora, recordándome que guarda constantemente los caracteres que escribo.
Porque hubo una época en la que escribía. En la que el intimidador folio en blanco no era una amenaza para mí. Esos años de adolescencia en los que soñaba con convertirme en escritora cual Ana Frank, inocente, sentimental y reivindicativa. "Borrador guardado a las(s) 15:54" Esto me pone nerviosa.
A día de hoy (ironías del destino) pese a mi profesión, mi fluidez verbal se limita a describir acciones políticas en notas de prensa y a agudizar mi ingenio con algún que otro comentario no excesivamente original en el facebook.
Este texto pretende ser el inicio o más bien el reinicio de una gran amistad enterrada en el cajón del olvido. En ese de los sueños infantiles o juveniles que se destierran porque con el tiempo acaban considerándose tan sólo eso: sueños o utopías.
Hoy, tras interminables titubeos y la imposibilidad de registrar mi blog con el nombre que deseaba, lo he decidido. Llegó el momento de desempolvar el teclado y retomar el hábito de la escritura. Manos (o más bien dedos) a la obra.

"EL PAPEL ES MÁS PACIENTE QUE LOS HOMBRES" (Ana Frank)