Mi amiga María lava sus extensiones y las deja secar en el tendedero de su balcón. Esos postizos de pelo humano de dudosa procedencia e idéntico color que los cabellos de Mariquilla hacen compañía a su coqueta ropa interior de mil colores. Resulta un contraste curioso. Muy curioso.
Las extensiones de María se van secando paulatinamente. El viento las ha vuelto onduladas y algo encrespadas. María recoge la colada del tendedero. Y por supuesto hace lo propio con sus largos pelos postizos. Ambas nos miramos. La apariencia de sus postizos capilares no resulta nada agradable.
“Parecen ratas muertas”, pienso con una tímida sonrisa que intento disimular con una mirada complaciente. Prefiero reservarme mi opinión. No es bueno herir la sensibilidad de tu mejor amiga en vuestro ansiado reencuentro tras casi un mes de ausencia a causa de vuestros compromisos profesionales.
“Parecen ratas muertas”, confirma María en voz alta. Me ha vuelto a leer el pensamiento. Nos ocurre muy a menudo. Supongo que ser amigas del alma desde nuestra más tierna infancia tiene mucho que ver en ello. Y me encanta.
Así que comenzamos a reírnos animadamente mientras María, frente al espejo del baño, comienza a pasar sus planchas de cerámica sobre sus ratas capilares postizas. Meri quiere sus extensiones perfectamente lisas. Aunque a mí me gusta el efecto ondulado que le ha dejado su secado al aire libre junto a la ropa interior.
-“Si las dejas así será como si tuvieras una cabellera medieval, a lo Lady Halcón, esa peli que te gustaba tanto de pequeña”, le comento.
María asiente con la cabeza y las sigue planchando con afán, sin prestarme demasiada atención. “¿Sabes quién tiene realmente un pelo medieval?” me comenta. Y de repente nos vemos enfrascadas en una interesantísima conversación sobre melenas a las que envidiamos, nuevos noviazgos entre nuestros allegados y próximos enlaces matrimoniales. Una sana sesión del más puro cotilleo.
Los devaneos de la conversación nos han hecho olvidar a las ratas medievales. Ya están totalmente lisas. María se las coloca sobre su cabello con arte y brío. ¡Siempre se le han dado tan bien estas cosas!
He de reconocer que la envidio en cierta forma por ello aunque también he sido beneficiaria de su virtuosismo con el peine, plancha, laca y todos sus derivados. No debo quejarme. En realidad prefiero ser peinada antes que peinar. La voz de mi hermana suplicándome antes de ir al colegio que le recogiese el pelo en una coleta lo suficientemente bien sujeta y medianamente elaborada como para que su cabeza no pareciese una colección de mechones abollados sin más aún resuena en mis oídos. Pobre hermana mía. Definitivamente, prefiero ser peinada antes que peinar.
María sigue ensimismada con sus extensiones. No parece muy convencida. Se mira y se remira frente al espejo. Se hace y deshace el peinado varias veces. El liso perfecto no parece adecuarse demasiado a sus expectativas.
“¡Si estás genial!”, le comento desde mi más absoluta sorpresa. Lleva dos horas planchando a las esas ratas peludas. Se las ha fijado perfectamente sobre su pelo como una auténtica peluquera profesional. ¡No puede ser que ahora no le gusten!
Pero María no me escucha. Sin apartar la mirada del espejo establece una conversación privada entre él y ella. “Creo que para la próxima vez prefiero tener un pelo medieval”.
jajajajajajajajajajaja!!!!!!!!me encanta!!!!!!jajajajjaja!que grande eres!y estoy deseando que mis pelos crezcan para que sean medievales!jijijiji!!!un besote cariña!te veo esta tarde!muuuuuuuuaaaaaaaaaaa
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