Durante el último mes, la presión informativa diaria me ha impedido tener un instante de lucidez mental que me permitiese deleitarme en el ejercicio de la escritura. La mirilla inquieta se me antoja a día de hoy algo abandonada y cubierta de polvo. Prometo realizar una limpieza exhaustiva en los próximos días.
Pero hoy he decidido por autoconcederme la licencia de dedicar este post al libro con el que descubrí el fascinante mundo de la lectura. Viví Escribá y la historia de su entrañable bruja, constantemente malhumorada, me abrieron las puertas de la ‘Colección Blanca’ (apta para niños de seis a siete años) del Barco de Vapor en la que me sumergía cada noche antes de dormir. Personajes inolvidables como la propia ‘Bruja Mon’ y sus maleficios, la tremendamente fértil ‘Matrioska’ y el extravagante ‘Jajilé Azul’ se convirtieron en mi reducido y maravilloso universo literario.
Un capricho del destino ha hecho que hoy me reencuentre con la Sra Mon mientras me encontraba perdida en la Red de redes consultando un sinfín de páginas de actualidad y correos electrónicos. Y la Bruja Mon me ha sorprendido. Se ha modernizado e incluso tiene su propia página de descarga directa.
Pero sus dibujos y sus maleficios son los mismos de antaño. Aquellos que durante mi infancia contemplaba y repetía en voz alta hasta la saciedad hace ya más de dos décadas.
He aquí el primer capítulo de este libro, regalo de mi padre quien me inculcó su inagotable amor por las letras impresas. Por ello y por tantas otras cosas, innumerables y que no tienen cabida en este pequeño e insignificante post: Muchas gracias, Papá.
Sé que cuando me vuelvas a preguntar- una vez más como otras tantas durante estos últimos meses- cómo puedes entrar en mi blog- “¡Es la mirilla inquieta y no indiscreta Papá! ,¡Tan sólo tienes que ponerlo en google!”-, te hará mucha ilusión reencontrarte con este relato que tantas veces releímos juntos entre risas y confidencias. Somos dos nostálgicos empedernidos. ¡Qué le vamos a hacer!
La Rana
La bruja Mon entró en una tienda de videos. Se quedo embobada contemplando en una pantalla un número musical. Hasta que una niña le dio un pisotón sin querer.
”¡Huy perdone!...” murmuro la niña.
La bruja Mon se puso hecha una fiera. ¡Ahora mismo te convierto en una rana!. Saco su vieja varita y le dijo las palabras mágicas: “TUFA, COTUFA, TRUCALATRUFA. CHIRIS CHIRABO, CHIRIBINABO, MALADAPICO. Hoy tengo gana de hacer la rana”.
Al momento, la niña se transformo en una rana y empezó a croar escandalosamente. El policía que estaba vigilando la tienda se acercó a ver lo que pasaba.
”Aquí no está permitida la presencia de ranas”, le dijo la bruja Mon.
“¡Tendrá que pagar una multa!”
“¡Y un jamón!”, dijo la bruja Mon.
El policía se puso tan serio que la bruja Mon se asustó. Sacó sus ahorros de trescientos años, contó las monedas, pagó la multa y salió de la tienda a todo correr.
La rana la perseguía a grandes saltos. La alcanzó enseguida y se montó sobre su zapato derecho. ¡OS, OS!, hacia la bruja para espantarla. Y la rana que no se iba…
Con que, en esto, llegó un guardia y le dijo: “Esta rana no tiene collar”. “Esta prohibido que los animales circulen sin collar. ¡Tendrá que pagar una multa!”.
¡Y un jamón!... dijo la bruja Mon.
El guardia se puso muy serio y la bruja Mon se asustó. Saco sus ahorros de trescientos años, pago la multa y salio corriendo.
De un brinco se subió a un autobús en marcha. Y la rana con ella. El conductor dijo: “Está prohibido llevar ranas en los transportes públicos”. “Tendrá que pagar una multa”.
La bruja mon se hizo la despistada. ¿Qué rana?, preguntaba. Y murmuró escondidas las palabras mágicas, y la rana recupero su forma de niña.
“¿Ve usted como no había ninguna rana?”, le decía la bruja al conductor.
“En este caso tendrá que pagar el billete de la niña”. “¡¡Y un jamón!!”, le dijo la bruja mon. Y se tiro del bus en marcha.
Ya hace mucho tiempo que la bruja Mon no convierte a las niñas en ranas...
"La vida es todo aquello que transcurre mientras haces otros planes" (John Lennon)

viernes, 10 de diciembre de 2010
sábado, 6 de noviembre de 2010
Licencia de desahogo
-Señor Maitre, ¿Puedo levantarme y abofetear sonoramente al cliente que en este preciso instante está tomando asiento en esa mesa de diez comensales junto a la salida de emergencia?
-Por supuesto, señorita, en nuestro restaurante existe licencia de desahogo siempre que existan razones que justifiquen el mismo
-Muchas gracias
-De nada. Es todo un placer. Recuerde que, antes de que se haga efectiva, debe enumerar en voz alta las razones de esta agresión simbólica y nada violenta de la que puede hacer uso en todos nuestros establecimientos.
-De acuerdo. Desearía alegar inmadurez exacerbada, comportamiento irracional con la consiguiente negación de saludo, chantaje psicológico constante e intromisión en pesadillas ajenas, entre otros motivos.
-Tomo nota, señorita. Se trata de razones más que suficientes. Puede proceder a utilizar su derecho de desahogo.
Me levanté súbitamente. El maitre se ofreció a colocarme los suaves guantes que los restaurantes habilitados para este tipo de terapias ofrecían gratuitamente a sus clientes. Estaban fabricados de un material especial que favorecía la placentera sensación de sosiego inmediato a aquel que golpeaba.
El abofeteado, por su parte, no sufría daño físico alguno. Los guantes de la licencia de desahogo tan sólo provocan en él el despertar de cierta conciencia, raciocinio, sensibilidad o empatía, que le hacían comprender la causa por la que era el protagonista del abofeteo. Una nueva terapia psicológica que hubiese sido calificada de políticamente incorrecta años atrás pero que se encontraba absolutamente en boga. Hasta tal punto que era aceptada con asombrosa normalidad por abofeteadores y abofeteados. Ver para creer.
No me lo pensé dos veces. Me aproximé a la mesa de diez comensales junto a la salida de emergencia y me froté las manos. Le propiné al cliente en cuestión dos manotazos sonoros e indescriptiblemente liberadores. Mi revés fue indoloro y contundente. Tal y como deseaba.
No busqué sus ojos para encontrar reacción alguna. No deseaba conocerla. Para comunicarse conmigo, al cliente de la mesa de diez comensales tan sólo le quedaba la posibilidad de hacer uso de su propia licencia de desahogo. El racional ejercicio de la palabra se agotó entre nosotros hace ya demasiados años. Una lástima.
-Por supuesto, señorita, en nuestro restaurante existe licencia de desahogo siempre que existan razones que justifiquen el mismo
-Muchas gracias
-De nada. Es todo un placer. Recuerde que, antes de que se haga efectiva, debe enumerar en voz alta las razones de esta agresión simbólica y nada violenta de la que puede hacer uso en todos nuestros establecimientos.
-De acuerdo. Desearía alegar inmadurez exacerbada, comportamiento irracional con la consiguiente negación de saludo, chantaje psicológico constante e intromisión en pesadillas ajenas, entre otros motivos.
-Tomo nota, señorita. Se trata de razones más que suficientes. Puede proceder a utilizar su derecho de desahogo.
Me levanté súbitamente. El maitre se ofreció a colocarme los suaves guantes que los restaurantes habilitados para este tipo de terapias ofrecían gratuitamente a sus clientes. Estaban fabricados de un material especial que favorecía la placentera sensación de sosiego inmediato a aquel que golpeaba.
El abofeteado, por su parte, no sufría daño físico alguno. Los guantes de la licencia de desahogo tan sólo provocan en él el despertar de cierta conciencia, raciocinio, sensibilidad o empatía, que le hacían comprender la causa por la que era el protagonista del abofeteo. Una nueva terapia psicológica que hubiese sido calificada de políticamente incorrecta años atrás pero que se encontraba absolutamente en boga. Hasta tal punto que era aceptada con asombrosa normalidad por abofeteadores y abofeteados. Ver para creer.
No me lo pensé dos veces. Me aproximé a la mesa de diez comensales junto a la salida de emergencia y me froté las manos. Le propiné al cliente en cuestión dos manotazos sonoros e indescriptiblemente liberadores. Mi revés fue indoloro y contundente. Tal y como deseaba.
No busqué sus ojos para encontrar reacción alguna. No deseaba conocerla. Para comunicarse conmigo, al cliente de la mesa de diez comensales tan sólo le quedaba la posibilidad de hacer uso de su propia licencia de desahogo. El racional ejercicio de la palabra se agotó entre nosotros hace ya demasiados años. Una lástima.
martes, 12 de octubre de 2010
120
Acabo de reconstruir las pequeñas piezas de mi universo disperso. He regresado y, casi de forma espontánea, han encajado de nuevo en mi pequeño puzzle vital todos aquellos elementos que la autopista Sevilla-Cádiz mantiene alejados de mí por más de 120 kilómetros de alquitrán y hormigón. Piezas esenciales que añoro y ansío con vehemencia pese a la distancia que las separa de otras indiscutiblemente importantes e irrenunciables. Pero no compatibles.
Y yo las quiero. Las quiero todas. Sin condiciones. Ni concesiones.
Y me pregunto dónde está la fórmula. Y busco el equilibrio posible o factible. Quizás exista. Y permanezca oculto en algún punto intermedio de dos provincias limítrofes. De descubrirlo algún día, mi puzzle vital estaría tan pleno y completo que fantaseo con una insospechada gama de absurdas soluciones. Tal vez fijar mi residencia en la localidad de ‘El Cuervo’ no sea la única opción.
Y yo las quiero. Las quiero todas. Sin condiciones. Ni concesiones.
Y me pregunto dónde está la fórmula. Y busco el equilibrio posible o factible. Quizás exista. Y permanezca oculto en algún punto intermedio de dos provincias limítrofes. De descubrirlo algún día, mi puzzle vital estaría tan pleno y completo que fantaseo con una insospechada gama de absurdas soluciones. Tal vez fijar mi residencia en la localidad de ‘El Cuervo’ no sea la única opción.
viernes, 8 de octubre de 2010
Mujer erizo
Una punzada de hielo le perforaba el cerebro cada vez que escuchaba aquella voz estridente. Cansada de oír sandeces y ante tamaña injusticia, prefirió contorsionarse sobre sí misma hasta convertirse en un erizo de interminables púas negras. Y comenzó a rodar.
Primero de forma incontrolada, avasallando calles, estrellándose contra muros y atropellando a viandantes. Cual tropel de caballos desbocado, desfogaba así su ira irrefrenable. Sus púas se oscurecían y endurecían cada vez más. El dolor ajeno ya le era indiferente mientras continuaba rodando sin control.
Necesitó incontables años para aminorar su paso, dejándose caer suavemente por abruptas montañas, grandes desniveles y escarpados riscos. Aun así la mujer de forma erizada seguía rodando sin cesar.
Aquel descontrolado viaje sin retorno le impedía recuperar su forma humana. Las púas de su contorsionado cuerpo se habían endurecido hasta convertirse en lanzas de hierro y sal. Espadas de dimensiones interminables que perforaban irreversiblemente cuanto encontraban a su paso. Hiriendo sin pudor y dañando sin descanso. Al igual que aquella voz estridente de la que la mujer erizo huyó aquel día. Para hoy continuar rodando.
Primero de forma incontrolada, avasallando calles, estrellándose contra muros y atropellando a viandantes. Cual tropel de caballos desbocado, desfogaba así su ira irrefrenable. Sus púas se oscurecían y endurecían cada vez más. El dolor ajeno ya le era indiferente mientras continuaba rodando sin control.
Necesitó incontables años para aminorar su paso, dejándose caer suavemente por abruptas montañas, grandes desniveles y escarpados riscos. Aun así la mujer de forma erizada seguía rodando sin cesar.
Aquel descontrolado viaje sin retorno le impedía recuperar su forma humana. Las púas de su contorsionado cuerpo se habían endurecido hasta convertirse en lanzas de hierro y sal. Espadas de dimensiones interminables que perforaban irreversiblemente cuanto encontraban a su paso. Hiriendo sin pudor y dañando sin descanso. Al igual que aquella voz estridente de la que la mujer erizo huyó aquel día. Para hoy continuar rodando.
martes, 5 de octubre de 2010
Flashback (Toda una vida)
La publicación en prensa escrita de un artículo referido al colegio Buen Pastor en el que se anunciaba la sanción impuesta por la Junta de Andalucía al centro por su “excesivo” nivel académico ha despertado en mi interior un profundo sentimiento de nostalgia. Una melancolía aderezada con variadas dosis de tardes de estudio y actividades extraescolares, primeros amores y decepciones, grandes amigos, confidencias e ilusiones compartidas. Y un aprendizaje mucho más intenso y completo que el meramente académico.
Mi Buen Pastor. Debo confesarlo. Con esta entrada no pretendo exaltar tus beldades cual nostálgica empedernida en pleno éxtasis de reminiscencia. Pero sí recuperar un artículo publicado en la revista Icaria en el año 2000 en el que, a mis casi 18 años, (¡Ay! ¡Aquellos años mozos!) intentaba resumir, a modo de despedida, ‘toda una vida’ de estancia en tus aulas.
Al releerlo a día de hoy, me doy cuenta que ese texto no te hace justicia. Apenas está compuesto por unas escuetas pinceladas demasiado breves para condensar las infinitas experiencias y emociones que esconden tus muros. Unas vivencias que, aún sin querer caer en la ñoñería o sensiblería barata, he de reconocer que aún permanecen perfectamente nítidas en mi memoria y corazón.
Y es que si realmente las paredes oyen, los muros del número 2 de Martínez de Medina son testigos mudos de quince inolvidables años de la historia de mi vida.
TODA UNA VIDA
"Es increíble cómo se escapa el tiempo... Parece que fue ayer cuando el verano llegaba a su fin, había que guardar bañadores y toallas para cambiarlos por cuadernos, libros y otras tantas cosas que tenía ya casi olvidadas. Era el momento de regresar, de volver como cada año (quizás en esta ocasión con más ganas, tal vez con menos, ya ni me acuerdo), a lo que en definitiva formaba parte de “mi mundo”: un colegio llamado Buen Pastor que me abrió sus puertas por primera vez cuando yo era tan sólo una niña de tres años. Sí, de nuevo “la vuelta al cole”, pero esta vez no sería igual que otras tantas ya que la historia no se repetiría. COU es mi último año aquí y me he dado cuenta ahora, cuando el curso ya casi toca su fin.
En este momento, vuelvo la vista atrás y sonrío al pensar en todos esos momentos, buenos muchos y otros no tanto, vividos entre las paredes de este centro durante quince años. Y es que, aunque se diga pronto, quince son muchos años, casi mi vida entera y la he pasado aquí...
Aún recuerdo el día en el que llegué: yo era una pequeñaja uniformada con su babi de rayas, falda de cuadros, chaleco y calcetines a juego, (por aquel entonces verdes) que lloraba desesperadamente porque no quería ir a clase. Eran los tiempos de los primeros garabatos bajo la mirada atenta de Rafaela y de los juegos en el patio de arena (en donde imaginábamos ser príncipes y princesas, mientras otros pretendían convertirse en superhéroes voladores). Pocos son los compañeros que desde aquel entonces aún continúan en el colegio: Vicky, Fernando (“mamá de Pauli dame caramelos”), Antoñito, Blanca M...
Al curso siguiente separaron a la clase, los que seríamos el futuro “B” estábamos bajo la tutela de Carolina, que jugaba con nosotros y nos pintaba los labios a las niñas. Durante este año rompí mi primera relación amorosa y encontré nuevas amistades en el tobogán (Lali, Maribel, Verónica R...).Con 5 años teníamos a Toñi como profesora, a la vez que comenzábamos nuestras primeras clases de inglés con la señorita “Mary Lu” oculta bajo su curiosa máscara.
Con Doli, cuando sólo éramos unos renacuajos de 6 y 7 años, estos futuros arquitectos, médicos, matemáticos, periodistas y abogados, empezaron a aprender a sumar, restar, escribir y leer con el libro de Borja (que más de uno aún conserva como recuerdo). Era el momento en el que las tortugas ninjas hacían furor entre los niños (¿verdad Ricardo?); además, en esta época pudimos comprobar cómo funcionan los semáforos (que por cierto pueden ser bastante crueles).
Con la rectitud de Cándida, 3º y 4º no pasaron con excesiva rapidez, aunque aún conservamos buenos recuerdos como las clases de gimnasia con Enrique, en las que hacíamos de todo menos deporte, donde jugábamos al “vip guay”, a las bodas, hacíamos concursos de belleza...
Ahora que me he parado a reflexionar, me resulta difícil sintetizar en pocas líneas lo que estos años han significado para mí.
El cambio de curso de 4º a 5º con nuevos profesores: Encarnita, Vicente, Mercedes, Elvira, Mariló, Manolo, Cristina, Mª Carmen... y nuevos compañeros: Javi, Roberto, Carmen Mari, Verónica P... 6ºde EGB, fue mi primer año en el autobús del colegio (primero con Esperanza, luego con Filo), donde entre canciones (vete, “Gafa”), festines, contratos y órdenes (Mijo) vivimos muchas anécdotas (y si no que se lo pregunten a Cristina, a Rosa, Carlos J y a otros muchos que se fueron como Rocío Garfia).
Nunca olvidaré a 7ºB, el curso más gamberro y revoltoso de toda la historia del Buen Pastor(del que me tocó, muy a mi pesar ser delegada), ni las clases de lengua con Celia o la “olimpiada de Tales”; ni a ese nuevo 8ºA bajo la tutoría de Isabel Gálvez, ni tampoco a “8ºC”, nacido de la fusión de dos clases que se odiaban a muerte y que me daría la posibilidad de conocer a nuevas personas, entre las que se encontrarían las que más tarde serían mis mejores amigas (también durante estos años descubrí mi vocación artística, junto con otros compañeros en la cocina de este centro, donde se experimentaba con los más diversos “potajes”).
Los cursos de BUP ya parecen más cercanos, un buen día tras unos exámenes en un fatídico viernes, descubrimos que estábamos en 1ºBUP B, “el curso del colegio” (aunque no por ello sufríamos comparaciones de ningún tipo). Primero fue un año “movidito” y lleno de novedades: cambio de uniforme, clases interminables de 50 minutos y un nuevo tutor que a más de uno nos hizo “adorar” las matemáticas. Pero lo más interesante fue, sin duda, los nuevos personajes que aparecían en nuestro entorno, algunos de nuestra misma edad (1ºA) y otros algo más maduritos (2ºA). Profesores, algunos conocidos (Encarnita, Macarena, Francisco, Pilar, Refu, Angustias...) y otros no tanto, aunque no por ello carecerían de fama posterior (Manuel Avilés, Javier Morales).
“Señores, 2ºBUP no es igual que 1º”, esta fue la sabia deducción con la que nos deleitaron el primer día de curso de ese año en el que, para no variar, tuvimos algunas “disputas” sin importancia con nuestro nuevo profesor de matemáticas (que, por cierto no eran lo nuestro).Y entre redox y preguntas de literatura pasó el tiempo y llegó el momento de escoger.
Había que tomar una importante decisión de la que podría depender nuestro futuro, para algunos supuso algo transcendente; a otros nos resultó más sencillo, pero ninguno de los que nos decidimos estudiar “letras” podríamos pensar como esta elección iba a cambiar nuestra vida de una forma insospechada…
Un buen día sin previo aviso, te enteras de que eres la nieta de María Martillo y Marco Polo, formando parte de la gran saga de los letrados. Una hormiga te gana corriendo y es a partir de entonces cuando tu vida comienza a cambiar. Quizás algún día mires atrás y contemples cómo alguien se dedica a destrozar las paredes con las patas de las sillas, otro día tal vez observes a una “pelusa” adicta a los pistolines que se revuelca en el suelo para coger caramelos. Incluso, entre tanto ajetreo, puedes descubrir tu vocación frustrada de directora de cine (Insomnio). Todo esto acompañado por clases de Economía cada jueves y exámenes orales de elementos de Arte.
Y por fin en COU, del que sólo nos queda el último paso: los exámenes finales, para llegar a ese momento tan temido por la gran mayoría: Selectividad. Tras él, un mundo nuevo que nos angustia y nos atrae al mismo tiempo: la Universidad.
Las despedidas nunca son sencillas, y más aún cuando dejas algo de ti atrás, y aunque desearía que esto no fuera un “adiós” sino un “hasta luego”, supongo que muchas cosas en la vida de los alumnos de COU de la promoción del nuevo Milenio (1999-2000), como la de tantos otros, va a cambiar de una u otra manera al abandonar nuestro colegio. Sí, todos decimos que nos seguiremos viendo y que nada cambiará, pero... ¿quién sabe dónde estaremos dentro de un par de años?
No quisiera ponerme excesivamente melancólica, porque éste no es el objetivo de mi carta, pero, aunque suene a tópico, no desearía marcharme sin decir: gracias. Gracias a todos mis compañeros y profesores que me han acompañado y ayudado a lo largo de todos estos años, especialmente a los que han sabido estar ahí en este curso en los momentos difíciles en los que realmente lo necesitaba: a Jesús, por comprenderme, a mi clase, COU Letras, y a mi tutora por preocuparse por mí, especialmente gracias a Crix y a Victoria, por ser mis amigas (aunque Borja sea realmente el único) a Vicky por la ayuda que supo ofrecerme, a Antoñito por aguantarme durante tantos años, a Blanca por su interés, a Flores y a Velasco por hacerme sonreir... en resumen: gracias a todos (sin olvidarme de los que ya dejaron el colegio: Lucía, Raúl Molina, María Galindo, María Hidalgo, Carmen Rocío, Carlos Torres, Jose Ramón, Alejandro... , los que se repitieron algún curso: Nacho, Rocío, Jaime... y a los que nos dejaron definitivamente como Raúl Lisarte)
Hoy, el Futuro llama a mi puerta y debo mirar hacia delante, pero esto no significa que vaya a arrinconar mi pasado. Y aunque quisiera, me sería imposible: en cierta forma soy lo que soy gracias a este colegio, y vaya a donde vaya cuando me marche de aquí, llevaré conmigo vivencias y recuerdos que no son sólo eso, porque forman parte de mi vida".
Pauli Aláez Fernández
COU Letras
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Vivir en infinitivo
Despertarse. Sonreír. Mirar. Sentir. Correr. Enfuruñarse. Trabajar. Escribir. Leer. Conversar. Comer. Amar. Compartir. Llorar. Divertirse. Dormir. Soñar. Tropezar. Levantarse.
Y volver a amar. A reír. A enfurruñarse. A llorar. A compartir. A soñar. En fin: la vida.
jueves, 9 de septiembre de 2010
Escritorcillo de poca monta
-Escritorcillo de poca monta, ven aquí ahora mismo.
-Sí, dígame mi Jefe Supremo, Editor de todos los Editores, a quien siempre alabaré y nunca osaré a contradecir. ¿Qué desea?
-He estado ojeando el último relato que te encargué para la nueva colección de libros que pretendo publicar.
-¡Oh! ¿De veras? ¡No sabe cuán dichoso me siento! He esperado durante semanas que llegase el momento en el que me diese su opinión. Me llevé largas horas realizando las modificaciones que usted me reseñó. Espero que haya sido de su agrado.
-Pues la verdad es que no. Quizás debería habértelo dicho antes, pero soy una persona tan sumamente ocupada que no suelo detenerme en menudencias como orientar a mi personal. Simplemente prefiero dar mi veredicto y exigir. Y su relato no me gusta en absoluto.
-Lo lamento muchísimo mi Jefe Supremo, al que nunca osaré a contradecir. Intenté ajustarme al máximo a su petición. Incluso cambié la trama fundamental de mi narración, que contaba una bellísima historia de amor, por el más cruento de los dramas, tal y como usted deseaba.
-¿Sí? ¿Eso te ordené? No lo recordaba… Ni me importa demasiado. ¡Qué más da! He cambiado de opinión y punto. Escritorcillo de poca monta, ahora deseo que transformes tu relato en una novela de aventuras.
-Lo intentaré Jefe Supremo, Editor de todos los Editores. Realizaré mi trabajo con la máxima premura y dedicación. En pocos días estará acabado.
-¿En pocos días? Exijo que mañana esté terminado, escritorcillo de poca monta. Nunca publicarás un buen libro si no sigues al pie de la letra mis órdenes.
-Cuán necio soy, mi Jefe Supremo. Discúlpeme de nuevo, Editor de todos los Editores.
-Tus disculpas me son indiferentes. Nunca olvides que eres un escritorcillo de poca monta y no te tengo en cuenta. Por cierto, he decidido que sea Don Escritor de Prestigio No Merecido quien revise tu trabajo. Él se llevará todos tus méritos. No posee ni por asomo tu ingenio, ni tus cualidades de redacción, pero me adula constantemente y me agasaja con continuos regalos. Así funcionan los Círculos de Editores, escritorcillo de poca monta. Son gajes del oficio.
- Nunca osaré a contradecirle, Jefe Supremo, Editor de todos los Editores. Es cierto, son gajes del oficio.
Y el escritorcillo de poca monta volvió, cabizbajo y sumiso, a ocupar su sitio en su vieja mesa de caoba. Cerró los ojos por un instante y tomó aliento profundamente. Cuando los abrió, tenía la mirada inquisitiva de su Jefe Supremo, Editor de todos los Editores, clavada en su rostro. No podía perder un segundo. De nuevo, el escritorcillo de poca monta comenzó a escribir con resignación: “Érase una vez…”.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Muere el silencio
Cuando el diálogo se vuelve insostenible. Cuando las palabras se transforman en dardos envenenados que se lanzan sin ton ni son en busca de una víctima inocente. Cuando los reproches arañan el alma hasta llegar a desgarrarla. Tan sólo queda un silencio incómodo. Lágrimas contenidas. Y un portazo ensordecedor. Tras ellos, dolor. Muere el silencio. Y se pierde por las escaleras...
lunes, 23 de agosto de 2010
María quiere un pelo medieval
Mi amiga María lava sus extensiones y las deja secar en el tendedero de su balcón. Esos postizos de pelo humano de dudosa procedencia e idéntico color que los cabellos de Mariquilla hacen compañía a su coqueta ropa interior de mil colores. Resulta un contraste curioso. Muy curioso.
Las extensiones de María se van secando paulatinamente. El viento las ha vuelto onduladas y algo encrespadas. María recoge la colada del tendedero. Y por supuesto hace lo propio con sus largos pelos postizos. Ambas nos miramos. La apariencia de sus postizos capilares no resulta nada agradable.
“Parecen ratas muertas”, pienso con una tímida sonrisa que intento disimular con una mirada complaciente. Prefiero reservarme mi opinión. No es bueno herir la sensibilidad de tu mejor amiga en vuestro ansiado reencuentro tras casi un mes de ausencia a causa de vuestros compromisos profesionales.
“Parecen ratas muertas”, confirma María en voz alta. Me ha vuelto a leer el pensamiento. Nos ocurre muy a menudo. Supongo que ser amigas del alma desde nuestra más tierna infancia tiene mucho que ver en ello. Y me encanta.
Así que comenzamos a reírnos animadamente mientras María, frente al espejo del baño, comienza a pasar sus planchas de cerámica sobre sus ratas capilares postizas. Meri quiere sus extensiones perfectamente lisas. Aunque a mí me gusta el efecto ondulado que le ha dejado su secado al aire libre junto a la ropa interior.
-“Si las dejas así será como si tuvieras una cabellera medieval, a lo Lady Halcón, esa peli que te gustaba tanto de pequeña”, le comento.
María asiente con la cabeza y las sigue planchando con afán, sin prestarme demasiada atención. “¿Sabes quién tiene realmente un pelo medieval?” me comenta. Y de repente nos vemos enfrascadas en una interesantísima conversación sobre melenas a las que envidiamos, nuevos noviazgos entre nuestros allegados y próximos enlaces matrimoniales. Una sana sesión del más puro cotilleo.
Los devaneos de la conversación nos han hecho olvidar a las ratas medievales. Ya están totalmente lisas. María se las coloca sobre su cabello con arte y brío. ¡Siempre se le han dado tan bien estas cosas!
He de reconocer que la envidio en cierta forma por ello aunque también he sido beneficiaria de su virtuosismo con el peine, plancha, laca y todos sus derivados. No debo quejarme. En realidad prefiero ser peinada antes que peinar. La voz de mi hermana suplicándome antes de ir al colegio que le recogiese el pelo en una coleta lo suficientemente bien sujeta y medianamente elaborada como para que su cabeza no pareciese una colección de mechones abollados sin más aún resuena en mis oídos. Pobre hermana mía. Definitivamente, prefiero ser peinada antes que peinar.
María sigue ensimismada con sus extensiones. No parece muy convencida. Se mira y se remira frente al espejo. Se hace y deshace el peinado varias veces. El liso perfecto no parece adecuarse demasiado a sus expectativas.
“¡Si estás genial!”, le comento desde mi más absoluta sorpresa. Lleva dos horas planchando a las esas ratas peludas. Se las ha fijado perfectamente sobre su pelo como una auténtica peluquera profesional. ¡No puede ser que ahora no le gusten!
Pero María no me escucha. Sin apartar la mirada del espejo establece una conversación privada entre él y ella. “Creo que para la próxima vez prefiero tener un pelo medieval”.
Las extensiones de María se van secando paulatinamente. El viento las ha vuelto onduladas y algo encrespadas. María recoge la colada del tendedero. Y por supuesto hace lo propio con sus largos pelos postizos. Ambas nos miramos. La apariencia de sus postizos capilares no resulta nada agradable.
“Parecen ratas muertas”, pienso con una tímida sonrisa que intento disimular con una mirada complaciente. Prefiero reservarme mi opinión. No es bueno herir la sensibilidad de tu mejor amiga en vuestro ansiado reencuentro tras casi un mes de ausencia a causa de vuestros compromisos profesionales.
“Parecen ratas muertas”, confirma María en voz alta. Me ha vuelto a leer el pensamiento. Nos ocurre muy a menudo. Supongo que ser amigas del alma desde nuestra más tierna infancia tiene mucho que ver en ello. Y me encanta.
Así que comenzamos a reírnos animadamente mientras María, frente al espejo del baño, comienza a pasar sus planchas de cerámica sobre sus ratas capilares postizas. Meri quiere sus extensiones perfectamente lisas. Aunque a mí me gusta el efecto ondulado que le ha dejado su secado al aire libre junto a la ropa interior.
-“Si las dejas así será como si tuvieras una cabellera medieval, a lo Lady Halcón, esa peli que te gustaba tanto de pequeña”, le comento.
María asiente con la cabeza y las sigue planchando con afán, sin prestarme demasiada atención. “¿Sabes quién tiene realmente un pelo medieval?” me comenta. Y de repente nos vemos enfrascadas en una interesantísima conversación sobre melenas a las que envidiamos, nuevos noviazgos entre nuestros allegados y próximos enlaces matrimoniales. Una sana sesión del más puro cotilleo.
Los devaneos de la conversación nos han hecho olvidar a las ratas medievales. Ya están totalmente lisas. María se las coloca sobre su cabello con arte y brío. ¡Siempre se le han dado tan bien estas cosas!
He de reconocer que la envidio en cierta forma por ello aunque también he sido beneficiaria de su virtuosismo con el peine, plancha, laca y todos sus derivados. No debo quejarme. En realidad prefiero ser peinada antes que peinar. La voz de mi hermana suplicándome antes de ir al colegio que le recogiese el pelo en una coleta lo suficientemente bien sujeta y medianamente elaborada como para que su cabeza no pareciese una colección de mechones abollados sin más aún resuena en mis oídos. Pobre hermana mía. Definitivamente, prefiero ser peinada antes que peinar.
María sigue ensimismada con sus extensiones. No parece muy convencida. Se mira y se remira frente al espejo. Se hace y deshace el peinado varias veces. El liso perfecto no parece adecuarse demasiado a sus expectativas.
“¡Si estás genial!”, le comento desde mi más absoluta sorpresa. Lleva dos horas planchando a las esas ratas peludas. Se las ha fijado perfectamente sobre su pelo como una auténtica peluquera profesional. ¡No puede ser que ahora no le gusten!
Pero María no me escucha. Sin apartar la mirada del espejo establece una conversación privada entre él y ella. “Creo que para la próxima vez prefiero tener un pelo medieval”.
jueves, 19 de agosto de 2010
Cádiz
Anhelaba volver a verte. Descubrirte de nuevo. Sentir otra vez todo aquello que siempre me trasmites. Hoy has vuelto a conseguirlo cuando más lo necesitaba. No buscaré florituras del lenguaje para expresarlo. Simplemente gracias.
sábado, 14 de agosto de 2010
El elefante encadenado (Jorge Bucay)
Ya sé que me prometí a mí misma que este blog sería una excusa literaria perfecta para retomar mi hábito escritor. Pero en momentos como éste en el que las dichosas musas no acuden a mi rescate (y el levante hace estragos en mi sensible cabecita), he decidido tomarme ciertas concesiones respecto a mi promesa literaria.
Por ello, esta entrada recoge mi cuento favorito de Jorge Bucay, 'El elefante encadenado' (Lo siento, Ángela, sé que esto supone una gran decepción para ti pero 'La mirilla inquieta' no será un blog de relatos absolutamente originales).Quizás se me trate de ñoña o adicta al psicoanálisis (o más bien al autoánalisis) pero me encanta este tierno relato del famoso psicologo argentino. Adiós a las estacas que limitan la libertad individual.
EL ELEFANTE ENCADENADO- Jorge Bucay- ('Cuentos para pensar')
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces?. ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?”
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad… condicionados por el recuerdo de «no puedo»… Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón…
viernes, 6 de agosto de 2010
Volver
Hoy he vuelto a cruzar el puente. Hacía años que no lo subía. Tantos que ni siquiera recuerdo la última vez que mis pies de deslizaron rápidamente sobre ese antiestético e inconcluso bloque de hormigón en busca del camino de baldosas amarillas- perdón blancas, me he dejado llevar por una evocación literaria a lo Mago de Oz -que me conducen de camino a casa.
Mi querido puente. Siempre te he cruzado rauda y veloz por miedo a que un traspiés del destino me hiciera precipitarme sin remedio desde lo más alto de tu pasarela hacia la carretera Sevilla- Málaga. Y de repente, plaf. El cadáver de una joven colegiala de uniforme aplastado entre una marea de coches que seguirían circulando sin pudor por la autovía de cuatro carriles. Una gran pérdida. No me apetecía morir tan joven. Y menos aún por un absurdo ataque de vértigo- aunque realmente no sabía si una persona podía desvanecerse y caer al vacío a causa de su miedo a las alturas, pero no quería comprobarlo- Así que siempre te cruzaba rápido. Muy rápido.
Además, gracias a tu maravillosa ubicación junto a un inhóspito descampado también se abría ante mí la terrible opción de ser raptada o empujada a entrar a la fuerza en un automóvil extraño que me llevaría a un destino de seguro nada agradable. Mi abuela se encargaba de recordármelo casi a diario:
- Me han dicho que te han vuelto a ver cruzar el puente sola
- Abuela, no pasa nada. Son las tres y media de la tarde. Y siempre suele cruzar más gente conmigo.
- Pero hoy no han cruzado
- No…
- ¿Y si te hubiera cogido un hombre?
- ¡Ay abuela! ¡No digas esas cosas! ¡Cómo se va a parar un hombre en medio de la autovía para raptarme a plena luz de día! (¡Qué cosas dices abuela! ¡Marearme y caerme, en lugar de al suelo de la pasarela, directamente al vacío desde el puente a causa de mi vértigo irreversible es mucho más probable que sufrir un rapto!)
Aún así yo guardaba un as bajo la manga. Junto al puente que me llevaba a casa había un acuartelamiento militar. Y sus soldados eran mis aliados. O al menos eso me gustaba creer. Esos mismos jovencitos con ropa de camuflaje que contemplaban discretamente el caminar de mi falda gris de tablas una vez bajado el dichoso puente, mientras hacían guardia, fusil en mano, tras la verja del cuartel. Ellos podrían salvarme de un hipotético violador en potencia. Tan sólo tenían que saltar una puntiaguda alambrada de algunos metros de altura. O, en su defecto, bordear todo el recinto militar para salir por la puerta principal y acudir a mi rescate. Todo ello en los breves instantes de segundo que dura un rapto o, al menos un forcejeo. Una hazaña y una misión casi imposible. Pero eran soldados. Y debían estar adiestrados para ello. Al menos eso era lo que me imaginaba.
Hoy he vuelto a cruzar el puente. Hacía años que no lo subía. Mi vértigo ha vuelto a hacer acto de presencia- ¡el muy traidor!-aunque esta vez me he agarrado fuertemente a mi troley para continuar el camino. Una vez en la cima de mi particular Everest, he arrojado un vistazo fugaz al constante flujo de coches que circulaban a toda velocidad por la autovía de cuatro carriles. Y les he saludado alegremente. Aunque tan sólo con una mano. La otra estaba bien agarrada a mi troley. Por si las moscas.
He bajado la última de las rampas de mi añorado a la par que odiado puente y he comprobado con estupor que el acuartelamiento ha sido cerrado. Ni un solo soldadito se fijaría hoy en mi acompasado caminar. Ahora uso tacones altos y mi falda ya no es gris ni de tablas. Es mucho más elegante y sugerente. Pero mi Brigada Especial de Salvamento frente a violadores y raptores ya no está operativa cómo para comprobarlo. He perdido el as que guardaba bajo mi manga.
Sigo arrastrando mi troley por el empedrado camino. Las margaritas y los matojos, algo descuidados y caóticos, me saludan. Creo que se alegran de verme. A lo lejos diviso los rojizos techos de ladrillos vistos de una antigua urbanización residencial. He encontrado el camino de baldosas amarillas, digo blancas, que me conduce de regreso a casa.
jueves, 5 de agosto de 2010
Papel (o entrada) en blanco, paciente amigo
Tras varios intentos frustrados, arranca mi carrera como blogger. Hoy me enfrento a esta entrada en blanco que se encuentra, ojo avizor, amenazante y perturbadora, recordándome que guarda constantemente los caracteres que escribo.
Porque hubo una época en la que escribía. En la que el intimidador folio en blanco no era una amenaza para mí. Esos años de adolescencia en los que soñaba con convertirme en escritora cual Ana Frank, inocente, sentimental y reivindicativa. "Borrador guardado a las(s) 15:54" Esto me pone nerviosa.
A día de hoy (ironías del destino) pese a mi profesión, mi fluidez verbal se limita a describir acciones políticas en notas de prensa y a agudizar mi ingenio con algún que otro comentario no excesivamente original en el facebook.
Este texto pretende ser el inicio o más bien el reinicio de una gran amistad enterrada en el cajón del olvido. En ese de los sueños infantiles o juveniles que se destierran porque con el tiempo acaban considerándose tan sólo eso: sueños o utopías.
Hoy, tras interminables titubeos y la imposibilidad de registrar mi blog con el nombre que deseaba, lo he decidido. Llegó el momento de desempolvar el teclado y retomar el hábito de la escritura. Manos (o más bien dedos) a la obra.
"EL PAPEL ES MÁS PACIENTE QUE LOS HOMBRES" (Ana Frank)
Porque hubo una época en la que escribía. En la que el intimidador folio en blanco no era una amenaza para mí. Esos años de adolescencia en los que soñaba con convertirme en escritora cual Ana Frank, inocente, sentimental y reivindicativa. "Borrador guardado a las(s) 15:54" Esto me pone nerviosa.
A día de hoy (ironías del destino) pese a mi profesión, mi fluidez verbal se limita a describir acciones políticas en notas de prensa y a agudizar mi ingenio con algún que otro comentario no excesivamente original en el facebook.
Este texto pretende ser el inicio o más bien el reinicio de una gran amistad enterrada en el cajón del olvido. En ese de los sueños infantiles o juveniles que se destierran porque con el tiempo acaban considerándose tan sólo eso: sueños o utopías.
Hoy, tras interminables titubeos y la imposibilidad de registrar mi blog con el nombre que deseaba, lo he decidido. Llegó el momento de desempolvar el teclado y retomar el hábito de la escritura. Manos (o más bien dedos) a la obra.
"EL PAPEL ES MÁS PACIENTE QUE LOS HOMBRES" (Ana Frank)
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